Hay que desdramatizar y no hacer de la elección un momento tenso. / TOM MERTON |
"Yo quería ser artista, pero mi padre me obligó a
estudiar Derecho”. Frases como esta (o similares) no eran difícil de escuchar
entre la generación que estudió hace algunos años. Padres autoritarios que
hacían oídos sordos a la vocación de sus hijos y les ordenaban estudiar las
carreras que eran consideradas como provechosas, respetables y con buenas
salidas laborales. O la que mandaba la tradición familiar.
Los tiempos han cambiado: hoy en día la elección de carrera
no se hace desde edades tempranas, no se siguen obligatoriamente tradiciones
familiares, no existen tantas fervientes vocaciones, la relación entre estudios
y trabajo es más laxa, se han relajado las costumbres y diluido la autoridad
paterna. Aunque puedan seguir existiendo casos como estos, el nuevo paradigma
apunta hacia contemplar también los deseos de los hijos. Eso sí, conviene no
dejarles totalmente a su libre albedrío, así que hacer equilibrismo entre ambas
posturas, la autoritaria y la libérrima, no es nada fácil. ¿Cómo guiar a los
hijos en una decisión tan trascendental?
Lo primero es darse cuenta de que no es tan trascendental.
“Hay que desdramatizar”, dice Carlos Arroyo, experto en técnicas de desarrollo
intelectual. “La elección de la carrera es un momento tenso porque se considera
crucial, pero ya no lo es tanto”. Hoy en día la línea entre carrera
universitaria y vida laboral es muy difusa: muchas personas acaban trabajando
en áreas distintas o solo relacionadas levemente con sus estudios. O engrosando
las colas del paro. Aparecen nuevas profesiones ligadas a los avances
tecnológicos además de que, simplemente, el estudiante puede decepcionarse con
su elección, decidir dar un giro y cambiar de carrera. Un cambio de este tipo
no tiene por qué resultar traumático, es solo una fase más en el proceso de
crecimiento.
Año sabático
Y qué no cunda el pánico: en algunos países extranjeros,
como Reino
Unido, incluso es común que los que acaban el bachillerato se peguen un año
sabático dando la vuelta al mundo o se pongan a trabajar una buena temporada,
el tiempo en el que deciden hacia dónde enfocarán su existencia. “No se trata
tanto de dar en el centro de la diana como de no desorientarse demasiado”,
ejemplifica Arroyo. “Hay que perder la obsesión por acertar porque en el futuro
puede pasar cualquier cosa”. Quién sabe: ese chaval que decide seguir la
inestable carrera de Arte Dramático puede llegar a ser el nuevo Javier Bardem.
Algo muy importante a la hora de elegir carrera es que esa
tensión no se convierta en un lastre para las relaciones familiares ni
deteriore los vínculos afectivos. “Cuando el afecto se pone sobre la mesa es
mala cosa”, dice Eduardo Arroyo, psicólogo responsable de la unidad de Familia
de la Clínica Centta.
“En el momento de la elección de la carrera es cuando sale a la luz si las
relaciones en una familia son sanas o no.
Las familias saludables negocian y
llegan a acuerdos”, dice Arroyo que la adolescencia es algo así como “un estado
de psicosis socialmente aceptada”, y ve con buenos ojos que los hijos se
rebelen contra la autoridad paterna, porque “forma parte de su proceso de
individuación”. Eso sí, los padres tienen que ejercer cierta autoridad,
asesorar, servir como guía. “Lo que no puede ser es el otro extremo al
autoritarismo: que los padres se desentiendan de este proceso y deleguen todo
el proceso en el colegio”, dice Arroyo.
En ocasiones se ven acuerdos del tipo: “Si quieres estudiar
Bellas Artes, primero estudia Ingeniería” o “si quieres estudiar danza,
págatelo tú mismo”. ¿Son opciones correctas? “Siempre que haya negociación es
bueno, porque no se pone en juego el vínculo afectivo. Y es normal que no haya
consenso a priori, no tiene por qué haberlo, lo bueno es que se negocie y se
llegue a acuerdos”, explica el psicólogo. Si existe una tradición laboral
familiar, como en familias de varias generaciones de médicos o abogados,
seguirla puede tener muchas ventajas para el estudiante: heredará
conocimientos, prestigio y contactos. Pero si el joven decide emprender otro
camino, habrá que respetar su decisión: la tradición no obliga.
Los expertos recomiendan que los padres, gracias a su edad y
experiencia, sean una conexión con la realidad para los hijos. A los 17 años
los estudiantes pueden no prever las consecuencias de su elección, o llegar a
mitificar ciertos caminos vitales, por eso los padres tienen que dejarles bien
claro el panorama. La realidad frente al deseo. “Es conveniente que los
chavales hablen con gente que ya desempeña la profesión para que les cuenten
cómo es y cómo está el mercado laboral. También con profesores de la carrera,
para hacerse una idea más real de en lo consiste”, explica Pedro Lara,
vicerrector de Innovación y Calidad Académica de la Universidad Europea.
Y también hacer que se conozcan a sí mismos: “Hay que
pedirles que reflexionen mucho, que traten de conocerse bien. Que tengan en
cuenta lo que se les da bien, pero también aquello que puede hacerles felices
en el futuro, que al final es lo que cuenta”, dice el vicerrector. Para
ayudarles en su reflexión conviene transmitirles serenidad y confianza, y
prestar atención a sus sueños, habilidades, aficiones o perspectivas para el
futuro.
También los padres tienen sus deberes: informarse y no
dejarse engañar por los estereotipos de las carreras con prestigio y salidas
laborales: hoy en día la situación es muy cambiante y ser abogado, médico o
ingeniero no garantiza nada (muchos jóvenes hiperformados se ven obligados a
emigrar en la llamada “fuga de cerebros”). Y además, cada vez más, a la hora de
la contratación, se valoran otras facetas además de los estudios. Cosas como
las habilidades paralelas, el estilo personal, la versatilidad o la experiencia
no profesional. “Es importante que los padres no piensen que van a acertar más
que los hijos y que no introduzcan la racionalidad de manera dictatorial,
porque no podemos predecir lo que pasará en el futuro”, dice Arroyo.
FUENTE: EL PAÍS (Sergio C. Fanjul), 10 AGOSTO 2015