Me gusta acoger las encíclicas con un comentario amplio
y personal; pura libertad, no porque suponga que mi palabra sea necesaria. Y lo
haré en cuanto pueda. La Lumen fidei
es una encíclica de Benedicto XVI. Es de su exclusiva competencia intelectual y
teológica. Esto no es un juicio de estilo sino una constatación. Yo no sé si
Francisco va a decir doctrinalmente las cosas de otro modo más encarnado y
pastoral. Supongo que sí. Pero no creo que las esperanzas sobre el papa
Francisco sean doctrinales, sino de gobierno, pastorales y sociales. Las mías,
al menos.
Lumen fidei representa la teología de la fe
típicamente universitaria y culta, pero idealista y desencarnada. Una
interpelación a la modernidad ilustrada y postulándose como su complemento
natural para salvarla. Para salvarla de su vacío de sentido, que no de su
injusticia social absoluta.
Bien asentada en la teología bíblica y sistemática
europea postvaticana, - neoescolástica moderada -, hace una recepción muy
insuficiente del valor salvífico de la historia humana de la justicia, porque
propone el Dios de Jesús sin pasar por la vida del Jesús de Dios. Y así, la
sacramentalidad de la historia, de los empeños liberadores, de la primacía de
los más pobres, de la lucha por la justicia desde ellos y con ellos, del
sufrimiento injusto a manos de otros humanos, del pecado estructural, del mismo
Dios que en Jesús, - no sólo muere, sino que lo matan por ambición y poder de
los humanos más poderosos,… -, todo esto se le escapa. (De hecho, creo que no
utiliza, - lo digo con un creo, por si se me ha colado -, el concepto pobres,
víctimas o pecados de injusticia en todo el texto).
Teología neoclásica, - con
componentes bíblicos y espirituales muy logrados y hermosos -, pero que no
escapa, - ni lo pretende -, a una concepción de la vida y la historia humanas
como tránsito coyuntural para alcanzar el verdadero destino humano. Veo al
fondo, a San Agustín convertido, en
todo su esplendor. Una oportunidad para glorificar a Dios, un quehacer casi
menor para alcanzar nuestro verdadero destino junto a Dios. Es lógico así, que
la Historia de la Salvación, “ya sí –
todavía no”, - en la que Dios trajina la salvación con los ingredientes de
la historia entera, a partir de la dignidad de la víctimas y de su sufrimiento
más injusto -, esta fe agustiniana y neoplatónica de Lumen fidei no la contemple. Así, la
vida humana y social, la historia cotidiana es un asunto derivado y externo a la
sustancia de la fe. No prescindible, pero sí, subordinado.
Todo se juega en una la fe, bien
pensada y creída con la Iglesia y su Magisterio, celebrada y realizada en los
Sacramentos, alimentada en Oración, practicada en una vida personal y familiar
santa. Lógicamente el mundo, por esta fe, está llamado a ser mejor y así debemos
hacerlo. Pero ese mundo, en su injusticia más absoluta, no
cuestiona qué significa esa fe, ese Credo, esos Sacramentos, esa
Familia, esa Justicia, ese Sufrimiento humano. Ellos no se sienten cuestionados.
Saben de su significado sin contar con ese factor de la historia.
La fe se define desde sí misma en Lumen fidei, - a mi juicio
insuficientemente -, porque el Dios de Jesús no cobra claridad desde el Jesús de Dios, y el mundo real no cobra claridad desde la dignidad de las víctimas de la
injusticia a manos de otros humanos poderosos. Y así no es posible darle
a la Fe cristiana todo su significado
de Encarnación. Queremos llegar al
cielo apenas sin pasar por la tierra, y eso no es posible más que en la caverna
de Platón. Francisco, tenemos tarea.
FUENTE: ECLESALIA. José Ignacio Calleja es profesor de Moral Social Cristiana en Vitoria-Gasteiz.