Hasta hace cuatro meses, el mensaje de la Iglesia era
despacito y buena letra. Ante los graves problemas que amenazaban con socavar
los cimientos de una institución milenaria —las denuncias de pederastia, la
corrupción económica—, la respuesta indolente de sus altos mandatarios
bloqueaba cualquier cambio: “Ese problema ya lo tuvimos en el siglo XIII”.
Joseph Ratzinger, anciano y solo, fue aislado convenientemente por la curia
romana, que se disputó ferozmente la túnica de su sucesión. Su escandalosa
renuncia —el grito de un hombre que jamás había levantado la voz— propició la
llegada de Jorge Mario Bergoglio. El papa argentino no solo está decidido a limpiar el
Vaticano, sino a utilizar la fuerza que sigue teniendo la Iglesia —representada
en los cientos de miles de jóvenes que han participado en la Jornada Mundial de
la Juventud (JMJ) de Río de Janeiro— para luchar por un mundo más justo. Su
mensaje final a las más de dos millones de personas reunidas en la playa de
Copacabana no deja lugar a dudas: “Llevar el evangelio es llevar la fuerza de
Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las
barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo”.
Las imágenes, aunque espectaculares, no alcanzan a reflejar
el ambiente de fiesta que rodeó la
presencia del papa Francisco en Brasil. Durante casi una semana, a
pesar de la lluvia y los problemas de organización, cientos de miles de jóvenes
llegados de todo el mundo han participado en las catequesis con los obispos y,
sobre todo, en los encuentros con un Papa que, lejos de pedirles mesura, los ha
animado a armar jaleo. Si hay que elegir un momento clave, tal vez fue en el
encuentro con los muchachos argentinos donde Bergoglio trazó su hoja de ruta:
“Quiero que salgan a la calle a armar lío, quiero que la Iglesia salga a la
calle, quiero que la Iglesia abandone la mundanidad, la comodidad y el
clericalismo, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos. Que me
perdonen los obispos y los curas, pero ese es mi consejo…”. De Brasil, el papa
Francisco se lleva a Roma el respaldo total de la infantería de la Iglesia para
luchar contra “la incoherencia” del Vaticano.
El sábado por la noche, al principio de la Vigilia que se
celebró en la playa de Copacabana, el Papa volvió a alentar a los jóvenes para
que tomen las riendas de su futuro. “Por favor”, les dijo, “no dejen que otros
sean los protagonistas de los cambios, ustedes son el futuro”. Por momentos,
más que el anciano jefe de una iglesia milenaria parecía un líder radical que
agitaba a las masas. Su voz sonaba por los altavoces de toda la avenida
Atlántica entre aplausos de los muchachos que ya iban preparando sus sacos de
dormir para pasar la noche al raso. “No sean cobardes, no balconeen la vida, no
se queden mirando en el balcón sin participar, entrad en ella, como hizo Jesús,
y construid un mundo mejor y más justo”.
De nuevo, el Papa construyó su discurso en paralelo. Una
parte, destinada a fortalecer la fe ya existente de los jóvenes que, desde
todas las partes del mundo, han viajado hasta Río de Janeiro para encontrarse
con él. La otra —a menudo más extensa— dirigida a todos los públicos, destinada
a quienes desde hace cuatro meses observan, entre sorprendidos e incrédulos, la
irrupción en el panorama mundial, no solo religioso, de este Papa con ganas de
pelea. En este plano, animó a los jóvenes a no tener miedo de “ir a
contracorriente”. Les confió que había seguido “atentamente” las noticias sobre
los cientos de miles de jóvenes que en muchas partes del mundo, y últimamente
en Brasil, se han manifestado en las calles “para expresar el deseo de una
civilización más justa y fraterna”. El papa Francisco ofreció un claro
espaldarazo a los indignados: “Son jóvenes que quieren ser protagonistas del
cambio. Los aliento a que, motivados por los valores del evangelio, sigan
superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes
sociales y políticas presentes en sus países”.
Será muy interesante observar en los próximos meses qué
lectura hacen de estos consejos muy claros de Jorge Mario Bergoglio —salir a la
calle, armar lío, ser protagonistas del cambio hacia el compromiso social de
los gobernantes— los sectores más conservadores de, por ejemplo, la Conferencia
Episcopal española, liderada todavía por monseñor Rouco Varela y alineada hasta
formar un solo cuerpo con un Gobierno que —por sus obras los conoceréis— camina
en la dirección contraria a los postulados y el estilo del nuevo Papa. Rouco y
el Gobierno del Partido Popular (PP) siguen poniendo el acento en el infierno
—demonizar al contrario, recortar los derechos civiles que la base católica ya
había aceptado con tolerancia— mientras que Bergoglio apuesta hasta la saciedad
por el encuentro con el distinto y, sobre todo, por el diálogo “sin gratuitas
ideas preconcebidas”. Desde Brasil, el Papa regresa a Roma más fuerte. Pero su
próximo viaje no será tan placentero. La reforma de la curia y, sobre todo, del
banco del Vaticano, se presentan como una auténtica incursión en el lado
oscuro.
FUENTE: EL PAÍS (Pablo Ordaz), 29 JULIO 2013