«Si la película es demasiado corta, meteré un sueño». Esta
declaración de intenciones resume el
trabajo de un genio. El que nació en Calanda y nunca olvidó sus tambores.
El que descubrió el mundo en Madrid y lo hizo explotar a golpe de surrealismo
fuera. Y se enamoró de París. Y estalló como cineasta en México. Y
venció al exilio. Luis Buñuel (1900-1983) vivió y murió como el ateo
que presumía ser. Ésta es su vida recordada por él mismo. Para qué añadir más.
Buñuel nació en Calanda con el siglo. Su padre había
regresado a casa tras hacer fortuna en Cuba y el dinero les arropó siempre. «Los
pobres de solemnidad esperaban apoyados en la pared de la iglesia a que uno de
nuestros criados saliese para darles a cada uno un pedazo de pan y una moneda
de 10 céntimos, limosna generosa comparada con el céntimo por barba que solían
dar los otros ricos del pueblo», cuenta en sus memorias,
'Mi último
suspiro' (Ed. Plaza y Janés). Llevó una infancia burguesa en Zaragoza, de teatro
y jesuitas, que acabaron expulsándole. Buñuel empezaba a ser Buñuel. La
disciplina nunca fue su fuerte.
Y apareció el séptimo arte: «En 1908 descubrí el cine.
Las primeras imágenes que vi fueron las de un cerdo. Significaba la irrupción
de un elemento nuevo en nuestro universo de Edad Media». Pero pasarían años
antes de que la idea llegase a plantearse en serio. Antes tenía que
descubrirse, descubrir Madrid, donde, con 17 años, ingresó en la Residencia de
Estudiantes, cuna del cambio de tantos. «Mis padres pagaban la
pensión y me daban 20 pesetas a la semana para mis gastos, suma considerable
que nunca me alcanzaba.
Cada vez que iba de vacaciones a Zaragoza pedía a mi
madre que pagase las deudas acumuladas durante el trimestre». Fue una constante,
su madre —se quedó viuda esos años— sostuvo una vida bohemia, sin ingresos. Su
dinero produjo 'Un chien andalou' ('Un perro andaluz'). Qué mayor impulso que
ése.
En la Residencia, Buñuel lo intentó con la Ingeniería
Agrónoma, las Ciencias y la Historia, pero lo trascendente de verdad estaba
fuera: «De todos los seres vivos que he conocido, Federico [García Lorca]
es el primero. Cuando le conocí, yo era un atleta provinciano bastante rudo. Él
me transformó. Le debo más de cuanto podría expresar [...]. Dalí y Federico
serían mis mejores amigos». En la distancia, Buñuel relataborracheras,
escándalos, peleas... Y soñaba con marcharse, hasta que, en 1925, la
Societé Internationale de Cooperation Intellectuelle que iban a abrir en París
sirvió la excusa. Así se convirtió en 'meteque', «extranjeros que viven en
París y ocupan las terrazas de los cafés» —«Las monedas extranjeras, y
especialmente la peseta, nos permitían vivir como príncipes. En los autobuses
había letreros en los que se leía: 'No desperdiciéis el pan'. Y nosotros
bebíamos Moët Chandon a peseta la botella»—. Y, entonces sí, decidió lo
que quería: hacer cine. Y llamó a las puertas de Jean Epstein, que le dejó
ejercer de chico para todo en el rodaje de 'Mauprat'. La cosa acabó mal por la
soberbia 'buñueliana' y al despedirle, Epstein le exclamó una frase lapidaria:«Tenga
cuidado. Advierto en usted tendencias surrealistas». No sabía hasta qué
punto.
En 1929 comenzó a acercarse al grupo de París —«Mi encuentro
fue especial y decisivo para el resto de mi vida»—. Los de André Breton
acudieron a la primera representación pública de 'Un chien andalu'. Así lo
cuenta en sus memorias: «Me había guardado unas piedras en el bolsillo para
tirárselas al público si la película era un fracaso. No las necesité. Desde detrás
de la pantalla oí grandes aplausos y discretamente me deshice de los
proyectiles». Los surrealistas le aceptaron inmediatamente entre sus filas y
forjaron en él un conflicto moral para no traicionarles que no logró superar
nunca: «Lo que el movimiento deseaba más que nada era transformar el mundo
y cambiar la vida. Basta echar un vistazo alrededor para percatarnos de nuestro
fracaso».
Tras ver 'La edad de oro', un delegado de la
Metro-Goldwynn-Mayer le invitó a Los Ángeles como oyente. No tenía que hacer
nada. Sólo estar y ver. Allí coincidió con Neville y frecuentó a Chaplin.
Después regresó a París, donde hizo doblajes para Paramount. Y en 1934, de
nuevo a Madrid. Fue cuando rodó 'Las
Hurdes tierra sin pan', fruto de un azar que marcaría su vida: «Un día
hablando sobre la posibilidad de hacer el documental con mi amigo Sánchez
Ventura y Ramón Acín, un anarquista, éste me dijo: 'Si me toca la lotería, te
pago esa película'. A los dos meses, le tocó».
Y estalló la guerra. «Predominaban la inseguridad y la
confusión, agravadas por nuestras luchas internas —de la izquierda— y la
fricción de las tendencias frente a la amenaza fascista que teníamos delante». En
Madrid se enteró del asesinato de Lorca, que se había marchado poco antes a
Granada. Simpatizante comunista, Buñuel fue requerido en París, donde
supervisó propaganda y
espías. Pero el mundo se derrumbaba. «Conservé mis simpatías hacia el
partido hasta finales de los 50. Después me fui alejando. El fanatismo me
repugna, dondequiera que lo encuentre», cuenta. Le pidieron que volviese a
Hollywood para supervisar películas y acató, pero se le acabó el dinero. Fueron
años difíciles. El
exilio. Sin trabajo, recaló en Nueva York y una inglesa, Iris Barry, le
recomendó para el Comité para Asuntos Interamericanos —un comité de propaganda
anti-nazi— de Nelson Rockefeller en el MoMA. «Me preguntaron si era
comunista.
Respondí que era republicano español. Al final de la conversación
tenía un despacho, una veintena de empleados y el título de 'chief editor'». Hasta
que Dalí le acusó de ateo. Se quedó con 43 años, una
familia y ningún ingreso.
Entonces el azar, siempre el azar, le llevó a México, donde
volvió a trabajar de director. Donde estalló el genio. En 1949 se hizo
ciudadano mexicano. Y llegaron 'Los
olvidados', 'Nazarín', 'El ángel exterminador'... Trabajó en tiempo
récord —de 18 a 24 días de media— y apenas sin presupuesto—«Nunca en
la vida he discutido la cantidad que se me ofrecía por un contrato. Soy por
completo incapaz.
Aceptaba o rehusaba, pero jamas discutía. No creo haber hecho
nunca por dinero una cosa indeseable»—.
Entre 1955 y 1956 retomó el contacto
con Europa, sobre todo con París, donde siguió rodando, y en 1960 volvió a
España. Llevaba 24 años sin pisarla. Rodó 'Viridiana' y provocó el escándalo.
De nuevo. Y después, la calma, la estabilidad, la rutina del éxito.«Encuentro
falaces y peligrosas todas las ceremonias conmemorativas, todas las estatuas de
grandes hombres. ¿Para qué sirven? Viva el olvido. Yo sólo veo dignidad en la
nada». Y después, la muerte. «No hay gran cosa que decir de la muerte
cuando se es ateo como yo. Habrá que morir con el misterio». Y sí, Buñuel,
duró el misterio.
FUENTE: EL MUNDO.ES (ver ESTE ENLACE)