El profesor Terry Anderson, de la Athabasca University de
Canadá, es docente, investigador y editor, y un apasionado del uso eficaz de la
tecnología educativa para la enseñanza y el aprendizaje. Es autor de libros de
referencia, como Theory and Practice of Online Learning y e-Research.
La tendencia general a la apertura ha sido una
característica definitoria de la práctica social, gubernamental y académica en
las primeras décadas de este siglo, o al menos de sus aspiraciones. Un gobierno
abierto, una democracia abierta y, finalmente, una enseñanza, unas
publicaciones y una educación universitaria abiertas: la apertura se asocia a
la libertad personal, la responsabilidad, el acceso y la transparencia. En
oposición a esta tendencia está la pérdida de oportunidades asociada al
incremento de las tasas de matriculación, las plazas limitadas y los costes
crecientes de la enseñanza universitaria presencial.
Recientemente, los emprendedores de la era de Internet han
aprovechado la oportunidad para invadir
este espacio y ofrecer cursos en línea masivos y abiertos (MOOC [Massive Open Online Courses]) que prometen educación de calidad sin coste alguno. La idea de los cursos gratuitos, por supuesto, resulta atractiva para estudiantes, padres y gobiernos con preocupaciones económicas. Pero ¿cómo es posible entregar un producto sin cobrar nada a cambio? Google y otras empresas web 2.0 ofrecen servicios gratuitos en muchos de sus productos, pero todas reciben, o esperan recibir, ingresos generosos gracias a la publicidad dirigida. La educación huye de la parcialidad asociada a la publicidad y, por tanto, se siente incómoda con los modelos de financiación que se basan en ella.
este espacio y ofrecer cursos en línea masivos y abiertos (MOOC [Massive Open Online Courses]) que prometen educación de calidad sin coste alguno. La idea de los cursos gratuitos, por supuesto, resulta atractiva para estudiantes, padres y gobiernos con preocupaciones económicas. Pero ¿cómo es posible entregar un producto sin cobrar nada a cambio? Google y otras empresas web 2.0 ofrecen servicios gratuitos en muchos de sus productos, pero todas reciben, o esperan recibir, ingresos generosos gracias a la publicidad dirigida. La educación huye de la parcialidad asociada a la publicidad y, por tanto, se siente incómoda con los modelos de financiación que se basan en ella.
Pero aún hay algo más importante: ¿cómo pueden las empresas
MOOC crear experiencias educativas evitando los costes de las universidades
presenciales? Dejando a un lado que se ahorran los gastos de infraestructura y
la tradicional aportación universitaria a la investigación y los servicios
públicos, estas empresas ofrecen sus servicios alterando la naturaleza de la
interacción estudiantil.
En la educación formal hay tres tipos de interacción estudiantil:
con los profesores, con otros estudiantes y con el contenido. En una
universidad presencial, los dos primeros tipos de interacción
(estudiante-profesor y estudiante-estudiante) tienen lugar en el aula y la
interacción estudiante-contenido está cubierta en su mayor parte por la compra,
por parte de los estudiantes, de libros de texto de elevado coste. En el modelo
MOOC, la interacción estudiante-profesor es “enlatada”, filmada en vídeo y
divulgada por Internet, de modo que deja de ser una interacción
estudiante-profesor para convertirse en una interacción estudiante-contenido
escalable y accesible. La interacción estudiante-estudiante es sustituida por
grupos de discusión en línea, trabajos en wiki, Meetups,
reuniones en Google y un buen número de sistemas de colaboración basados en la
web. La interacción estudiante-contenido deja de depender de los libros de
texto para centrarse en las fuentes en línea, tanto abiertas como privadas.
Este modelo es escalable (el massive [masivo] del acrónimo MOOC) y
los costes de las tres formas de interacción son mucho más bajos que los de la
educación universitaria presencial.
Entonces ¿qué problema tiene este inquietante nuevo modelo
educativo? En primer lugar, cabe citar la cuestión espinosa del reconocimiento
oficial. Durante siglos, los educadores han puesto todo su empeño en asegurarse
de que solo obtenga un título oficial quien haya alcanzado el nivel de
conocimiento requerido. El modelo MOOC ofrece muchas más oportunidades de
copiar y plagiar, a pesar de los esfuerzos y las pruebas que las empresas MOOC
han llevado a cabo con sistemas de evaluación automática, evaluación de pares y
otras innovaciones. En segundo lugar, hay que tener en cuenta los importantes
papeles subsidiarios que desempeñan las universidades ―investigación,
enseñanza, servicios diversos, refugio y socialización― y que no ofrecen las
empresas MOOC. En tercer lugar, debe destacarse la importancia de la
implicación personal con el profesor, en ocasiones crucial. Todos recordaremos
al menos un profesor cuya presencia e interacción con nosotros (no mediante un
vídeo) ha tenido un impacto profundo en nuestras vidas. Y, finalmente, está la
sostenibilidad del modelo. Los modelos de financiación basados en
la publicidad son hoy en día inexistentes o insustanciales, y tanto la
preparación de nuevos profesores como la creación de contenidos tienen un coste
que las empresas MOOC no están en condiciones de pagar.
Las empresas comerciales MOOC dan alas a las opciones
abiertas, pero también pueden servir para acabar con la financiación y el apoyo
públicos a las universidades. La mejor opción para las universidades públicas
es esforzarse más en crear alternativas educativas escalables que reduzcan los
costes. Tienen que aprender a usar con mayor eficiencia las tres formas de
interacción estudiantil y a adaptarse con más eficacia al mundo digital. De este modo seguirán siendo
merecedoras de recibir apoyo público para el mantenimiento de los servicios
universitarios, la investigación y la oferta de experiencias educativas de
máxima calidad (pero económicamente asequibles).
FUENTE: EL PAÍS (Albert Sangrà) 18 JULIO 2013