El cardenal Carlo Maria Martini, en abril de 2005. / MARCO LONGARI (AFP) |
Tal vez presumiendo que, a su muerte, todos se iban a pelear
por su túnica, el cardenal Martini eligió la manera de marcharse. Su cómplice
fue el párkinson, el verdugo que desde hacía 16 años le venía quitando la vida
poco a poco, el mismo que, allá por la primavera de 2005, segó de un tajo su
única posibilidad de salir de un cónclave convertido en Papa. Un Papa moderno,
dialogante, crítico, con dudas. Un Papa imposible.
Así que, el pasado 8 de agosto,
Carlo Maria Martini —cardenal de Milán desde 1979 a 2002— recibió al también
jesuita Georg Sporschill y le concedió una entrevista. Después de revisarla,
incapaz ya de comer, de beber y casi de hablar, llamó a su médico y le dio las
instrucciones precisas para que lo dejara morir en paz, sedado, sin tratamiento
terapéutico. Fue su último acto de rebeldía. Un día después de su muerte,
acaecida el 31 de agosto en la residencia de los jesuitas en Gallarate
(Varese), el diario italiano Corriere della Sera publicaba la entrevista. Su
testamento vital. Su llamada de atención:
—La Iglesia está cansada, en Europa y en América. Nuestras
iglesias son grandes, nuestros conventos están vacíos y la burocracia de la
Iglesia aumenta. Nuestros rituales y nuestra ropa son pomposos. ¿Expresan estas
cosas lo que somos hoy día?
Aquel 8 de agosto, el jesuita alemán
Georg Sporschill acudió a la residencia de Gallarate junto a Federica Radice
Fossati Confalonieri, laica, amiga de ambos, encargada de traducir preguntas y
respuestas. Sporschill hablaba en alemán. El cardenal Martini, en un italiano
apenas audible. “Creíamos”, contó después Federica, “que íbamos a estar allí 10
minutos, pero la conversación se prolongó por dos horas”. El día 23, la
traductora regresó a la residencia de los jesuitas y obtuvo de Damiano Modena,
el secretario del cardenal, el visto bueno a la entrevista. Eso sí, con una
petición: “El texto es estupendo, pero es muy fuerte. Esperemos a hacerlo
público después de la muerte”. Todos tenían la seguridad entonces de que
aquellas palabras estaban destinadas a ser incluidas en el testamento del Carlo
Maria Martini. Las palabras del “cardenal del diálogo”, del “hombre que hablaba
al corazón de todos” —así lo ha calificado la prensa italiana—, reflejan, desde
hace años, su preocupación por el divorcio entre la Iglesia católica y el mundo
que la rodea.
—¿Qué herramientas recomienda usted para vencer la fatiga de
la Iglesia?
—Yo recomiendo tres muy fuertes. La primera es la
conversión: la Iglesia debe reconocer sus errores y seguir un proceso de cambio
radical, empezando por el Papa y los obispos. Los escándalos de pederastia nos
empujan a emprender un camino de conversión. Las preguntas acerca de la
sexualidad y todos los temas relacionados con el cuerpo son un ejemplo. Estos
son importantes para todo el mundo y, en ocasiones, tal vez son demasiado
importantes. Debemos preguntarnos si la gente sigue escuchando los consejos de
la Iglesia en materia sexual. ¿En este campo la Iglesia sigue siendo una
autoridad o solo es ya una caricatura en los medios? La segunda es la palabra
de Dios. El Concilio Vaticano devolvió la Biblia para los católicos. Solo la
persona que percibe en su corazón esta palabra puede ser parte de los que
ayudan a la renovación de la Iglesia y responderán a las preguntas personales
con una elección acertada. La palabra de Dios es simple y busca como compañero
un corazón que escuche. Ni el clero ni el derecho canónico pueden sustituir a
la interioridad del hombre. Todas las reglas externas, leyes, dogmas, son
elementos para aclarar la voz interior y el discernimiento de los espíritus.
¿Para qué están los sacramentos? Estos son el tercer instrumento de sanación.
Los sacramentos no son una herramienta para la disciplina, sino una ayuda a los
hombres para el camino y las flaquezas de la vida. ¿Llevamos los sacramentos a
las personas que necesitan fuerzas renovadas? Pienso en todas las parejas
divorciadas y vueltas a casar, en las familias extendidas. Esta gente necesita
una protección especial. La actitud que tomemos hacia las familias extendidas
determinará la cercanía de la Iglesia a la generación de los hijos. Una mujer
que es abandonada por su marido y tiene una nueva pareja que cuida de ella y
sus tres hijos. Si esta familia es objeto de discriminación, se corta su
relación con la Iglesia, no solo la relación de la madre, sino también la de
sus hijos. Si los padres están fuera o no sienten el apoyo de la Iglesia, esta
perderá la próxima generación…
Después de leer las reflexiones del cardenal Martini —las
que hizo antes de morir y otras publicadas en libros o artículos de prensa—, no
deja de llamar la atención que su sentido común pudiese ser piedra de escándalo
en la Iglesia. Que hubiese quienes lo llegaran a considerar un anti-Papa. El
propio cardenal se cuidó muy bien de mantener su lucha interior —entre la fe y
la duda— dentro de la Iglesia. Su decisión de ser enterrado en la catedral de
Milán —tras un funeral al que asistieron decenas de miles de personas— es el
más claro ejemplo. Pero, por si cabía alguna duda, el general de los jesuitas,
el español Adolfo Nicolás Pachón, quiso despejarla: “Era, ante todo, un hombre
libre. Creo que Carlo Maria Martini ha sido un hijo de san Ignacio hasta el
final”.
Usó su libertad, por ejemplo, para
discrepar de la Iglesia y admitir con naturalidad las uniones civiles entre
personas del mismo sexo: “Si dos personas gais desean firmar un pacto para dar
una cierta estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos que no sea así?”. O para
condenar el encarnizamiento terapéutico, o para criticar la pompa y la
burocracia del Vaticano:
—La Iglesia se ha quedado atrás 200 años. ¿Cómo no vamos a
agitarnos? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de valor? La fe es el fundamento de
la Iglesia. La fe, la confianza y el valor. Yo soy ya viejo y enfermo y dependo
de otros. La buena gente a mi alrededor me hace sentir el amor. Este amor es
más fuerte que el sentimiento de desconfianza que a veces se percibe hacia la
Iglesia en Europa. Solo el amor vence a la fatiga. Dios es amor…
El entierro del cardenal Martini constituyó un espectáculo
difícil de entender fuera de Italia. A la catedral de Milán acudió el jefe del
Gobierno, Mario Monti, pero también líderes de la izquierda, representantes de
otras confesiones religiosas y gente, mucha gente. Los periódicos dedicaron
multitud de páginas y durante días las tertulias de la radio divagaron sobre
una pregunta imposible: ¿qué sería de la Iglesia si Martini hubiese sido Papa…?
FUENTE: EL PAÍS (Pablo Ordaz) 9 SEPTIEMBRE 2012