LOVE IS IN THE AIR

Incluso al lector menos versado en sociología de las ideas se le hace evidente que el tema del amor ha cobrado últimamente una destacada actualidad editorial, siendo notable el número de títulos al respecto que se vienen publicando de un tiempo a esta parte, tanto en nuestro país como en otros de nuestro entorno cultural. Quien no se conforme con esta sola constatación y le apetezca preguntarse por la causa del fenómeno, puede seguir reflexionando en dos direcciones. Una, la más cómoda, sería la de considerar a éste como una mera moda en parte orquestada desde departamentos editoriales en busca de temas susceptibles de interesar a un máximo de lectores y en parte producida como efecto bola de nieve a la vista del aparente buen rendimiento de alguno de los primeros títulos sobre temática amorosa.

Habría una segunda vía, tal vez menos cómoda pero ciertamente más interesante, que sería la de, sin cuestionar lo que pudiera haber de válido en la primera, plantearse las razones de dicha moda o, mejor dicho, las razones por las que lo que pudo ser diseñado como mera estrategia de reclamo para atraer a las librerías al mayor número posible de compradores ha conseguido su objetivo (a la vista de que ésta parece ser una moda que está lejos de haber cesado). No voy a decir que plantearse tales razones equivalga a abrir la caja de los truenos, pero sí que al menos obliga a empezar a hablar de la cosa misma, esto es, a preguntarse qué está pasando hoy con el amor que hace que los libros sobre él conciten tanto interés.

A dicha tarea se aplica Richard David Precht - filósofo, periodista y escritor alemán, cuyo libro ¿Quién soy y… cuántos? Un viaje filosófico obtuvo un enorme éxito en su país natal— en un libro brillante e inteligente que, aunque en su título pueda evocar el de Bruckner y Finkielkraut (El nuevo desorden amoroso), aborda la cuestión desde un enfoque bien diferente del de los filósofos franceses. Para nuestro autor, precisamente porque estamos, según su propia expresión, ante un sentimiento desordenado, se impone aproximarse a él con una mirada en gran angular, intentando que quede fuera de nuestra percepción el mínimo de elementos, procurando incorporar al análisis las aportaciones de cualesquiera discursos que nos puedan resultar de utilidad.


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