¿Qué hacer cuando nuestros hijos se ven atropellados por las turbulencias típicas de la elección de carrera? No meterles más presión, sino sentarnos con ellos con serenidad y ofrecerles nuestra experiencia, nuestra capacidad analítica y nuestra ayuda psicológica.
En el
anterior post, Elegir carrera ya no es lo que era, describíamos cómo habían cambiado las
cosas. Una idea básica de nuestras conversaciones con los hijos es que carrera
y profesión vitalicia ya han dejado de ser sinónimos, luego debemos desechar
el pánico a equivocarnos.
Pero
además, lo más probable es que, en su caso, el gran error no vaya a ser(elegir esta carrera en lugar
de aquella), sino que ya haya sido (decidir, hace tres o cuatro años, no
apretar y estudiar con intensidad y perseverancia Lengua y Literatura,
Matemáticas, Inglés, Historia o Física...).
Obviamente, todo tiene remedio (menos lo que ya sabemos), pero el tiempo suele jugar en contra, teniendo en cuenta que los mayores errores no son tsunamis acaecidos en fechas marcadas en rojo, sino que se van gestando imperceptiblemente por goteo, por acumulación diaria. Nos cuesta verlo, pero creo que es así.
Obviamente, todo tiene remedio (menos lo que ya sabemos), pero el tiempo suele jugar en contra, teniendo en cuenta que los mayores errores no son tsunamis acaecidos en fechas marcadas en rojo, sino que se van gestando imperceptiblemente por goteo, por acumulación diaria. Nos cuesta verlo, pero creo que es así.
Hay otra
idea importante. La elección es suya. Por parafrasear los antiguos anuncios de
la DGT, ni podemos conducir por ellos ni podemos elegir por ellos. No se trata
de imponer nuestras preferencias, sino de interpretar las suyas y ayudarles a
objetivarlas, depurarlas
y darles cauce.
Es decir, la futura carrera conlleva un diálogo en el que nosotros estamos a su servicio, no ellos al nuestro. Casi todos lo compartiréis, pero me gusta recordarlo, antes de pasar a concretar las pautas generales que deben inspirar la elección.
Es decir, la futura carrera conlleva un diálogo en el que nosotros estamos a su servicio, no ellos al nuestro. Casi todos lo compartiréis, pero me gusta recordarlo, antes de pasar a concretar las pautas generales que deben inspirar la elección.
1. La primera es tan obvia como trascendental. La
carrera tiene que gustarles. En caso contrario, estaría perdido.
Se atribuye a Confucio una idea muy inspiradora, siempre que uno no se la tome
al pie de la letra: "Escoge un trabajo que te guste y no trabajarás ni un
solo día de tu vida". Lo cierto es que sería comprensible que, por
diversos motivos, la elegida no fuera la carrera de sus sueños, pero es
indispensable que les guste. Un poquito más o un poquito menos, pero que les
guste. Y no solo la carrera: también las profesiones asociadas. Y no olvidemos
que una carrera impuesta suele llevar adjunta una garantía de fracaso
académico, profesional o personal.
2. Lo
importante no es acertar. Entre
otras cosas, porque para la inmensa mayoría de los jóvenes sería algo imposible
o azaroso, ya que las cosas no están aún bien definidas en su mente. Y es
normal, porque carecen de una sólida visión de futuro, apenas tienen
experiencia y todavía tienen que ajustar sus preferencias con más conocimiento
analítico de causa y menos fantasías. En todo caso, aunque clavar el dardo en
el 10 de la diana no es fácil, sí es imprescindible acertar en la zona de las
preferencias personales. Tan útil como saber lo que uno quiere, o incluso un
poco más, es saber lo que uno no quiere.
3. ¿Qué es entonces lo más importante? No
cerrarse caminos si nuestras preferencias no están rotundamente definidas. La idea es hacer una elección
que no reste márgenes de libertad para corregir la trayectoria en el futuro. Es
decir, que, cuando se cambie de preferencias o la vida nos lleve por otro
sitio, no encontremos demasiados caminos bloqueados. Poner ejemplos es
incómodo, porque puede resultar molesto para la titulación aludida, pero
apelemos a ladeportividad de los lectores. Si a uno le apasionan
por igual los idiomas y la filología, es evidente que los idiomas abren más
caminos. Si uno duda entre el periodismo y la economía, es igual de evidente
que la economía da más margen de libertad para el futuro (incluida la
posibilidad de ser periodista). Si uno tiene recursos y posibilidades de
estudiar en Londres o en Jaén (mi provincia de origen, para no levantar
suspicacias), Londres abre más caminos. Si a uno le encantaría estudiar chino y
también turco, el chino abre más posibilidades. Con todo el respeto del mundo
para las otras opciones, eso es lo que quiero decir con dejar abiertos el
máximo de caminos. Naturalmente, a no ser que uno tenga las cosas clarísimas en
este o aquel sentido. Es decir, dejo plenamente aparte los reducidos casos de
vocaciones marcadas a sangre y fuego, en los que hay que seguir ese dictado
interior.
4. Si la elección es entre una
carrera más polivalente y
otra que lo es menos, la polivalente debe ser considerada con mayor atención en
la decisión final. Es decir, en términos generales, mejor Economía+Derecho que
solo una de las dos.
5. Hay que diferenciar las aficiones, las
materias de la carrera y el previsible contenido del trabajo. En ocasiones son coherentes, pero no
siempre. Uno puede verse a sí mismo disfrutando de la observación de los
animales, y luego decidir estudiar Biología para acabar dando clase en un
colegio, que quizá no era exactamente su objetivo (o sí). No se trata de hacer
advertencias negativas, sino de discriminar la posible falta de continuidad
entre aficiones, estudios y ejercicio profesional. Para evitar este problema,
se requiere charlar con profesionales de cada área.
6. La obsesión juvenil con algún tipo de carrera o afición no
es en sí mismo ninguna garantía de acierto (ni de lo contrario), sino que requiere
ser sometida a una valoración racional y objetiva para comprobar hasta qué punto
es consistente, y está basada en datos y expectativas realistas. Es decir, hay
que someterla a un proceso de confrontación con la realidad, a cero grados
centígrados, para ver si es viable o es simplemente una fantasía
emocional.
7. Es necesario revisar
a fondo los programas, no
tomar decisiones intuitivas o basadas solo en el título o la imagen idílica de
ese supuesto futuro profesional. Esto requiere profundas navegaciones en las
web de las universidades y no pocos análisis comparativos. También hay que
analizar si en el programa de la carrera hay una notable presencia de
asignaturas que sistemáticamente se han atravesado en el pasado.
8. Si se tiene la posibilidad (por recursos y
posibilidades familiares), es mejor distinguir no solo carrera,
sino también universidad. No
son todas iguales. Y no siempre una es mejor en todo, aunque las hay malas en
todo. La calidad y el prestigio están asociados, además de a la universidad en
cuestión, a cada titulación específica. Es decir, una universidad puede ser
extraordinaria en una especialidad y mediocre en otra. Pero hay que reconocer
que suele haber relación entre las calidades en las diversas áreas.
9. Si se tiene la posibilidad y, además, la
calidad y prestigio de la universidad y la titulación lo merecen, es
bastante mejor estudiar fuera de casa que a la vuelta de la esquina. Sé que
a algunos padres esto no les gustará, pero es así en la mayoría de los casos.
Salir de casa es un aprendizaje y un entrenamiento vital de valor incalculable, que los
padres no estamos en condiciones de favorecer por nosotros mismos. Es una
versión de juguete de la famosa universidad
de la vida,que tanto ayuda a construir la propia autonomía.
10. Si se tiene la posibilidad, es
mejor salir al extranjero a estudiar al menos un curso (programa Erasmus).
No hacerlo deja marcado con un punto negro el currículum. Es probable que
cualquier organización profesional que quiera contratar a un joven se pregunte
por qué razón no salió al extranjero cuando era estudiante. Y no hay demasiadas
explicaciones aceptables.
11. El
inglés hablado y escrito con fluidez es requisito capital. Su importancia puede superar en ocasiones a
la de la propia titulación, en el sentido de que, a veces, da igual el título
que se tenga: sin inglés no habrá contratación. Aunque su dominio requiere
tomar decisiones y una inversión económica importante bastante antes de la
universidad, es tan trascendental que, en mi opinión, merecería la pena
ralentizar la obtención del título universitario si ello permitiera
perfeccionarlo sustancialmente. Una titulación cursada parcial o totalmente en
inglés vale mucho más que su homóloga en español. Segundos o terceros idiomas
son un gran valor añadido, pero no forman parte aún de lo que podríamos
considerar requisitos mínimos. El inglés, sí.
12. Teniendo en cuenta la existencia de notas
mínimas de acceso en las titulaciones españolas, es imprescindible hacer el
máximo esfuerzo por optar administrativamente a todo lo
posible, sin
renunciar a ninguna opción, aunque sea la última en la lista de preferencias.
Es mejor ser aceptado en nueve, y luego descartar ocho, que ser admitido en dos
y que ninguna de ellas sea la preferida. En definitiva, uno tiene que guardarse
para sí el mayor margen de libertad de elección, no cerrarse ninguna opción por
no haberla cumplimentado burocráticamente.
13. La última pauta es muy sencilla de entender,
pero, por hacer una comparación sarcástica, es más incumplida que el reglamento
interno de los partidos contra la corrupción. Hay que huir
del último momento. Si
la recogida de información, consulta de webs, charlas, trámites burocráticos,
etc., se retrasan, nuestra libertad de elección sufrirá una considerable merma.
No es una opción inteligente, sino todo lo contrario.
Pero si
tuviera que hacer el resumen del resumen, me ceñiría a tres ideas: análisis,
caminos abiertos e inglés.
Y una
cuarta: ganas, muchas ganas. De empezar una nueva vida.
FUENTE: EL PAÍS (Carlos Arroyo), 3 JUNIO 2013