
Cuesta alistarse en un único bando en la batalla entre tecnófilos y tecnófobos. Ves a un discapacitado que en otro tiempo estaría condenado a aislarse en su casa y que ahora dirige una empresa con solo parpadear ante la pantalla del ordenador, y no puedes menos que quitarte el sombrero ante estos inventos salvadores, igualitarios, benditos. Pero al lado de tantos argumentos irrebatibles está la evidencia de un mercado del entretenimiento que convierte las nuevas herramientas en simples armas de distracción masiva. Nada habría que lamentar si se limitaran a suministrar ratos de ocio. Pasárselo bien no es pecado. El problema surge cuando el usuario de internet considera que para entregarse a la navegación debe ponerse el disfraz de marinerito. O sea, infantilizarse.
No ocurre solo en las conversaciones banales de gente desocupada, o en los intercambios jergales y hormonales de los adolescentes. Las redes sociales han dado carta de naturaleza a una tendencia que ya se observaba en foros y chats donde intervenía gente instruida. A menudo daba la sensación de que buena parte de esas personas hechas y derechas habían dejado el cerebro en la puerta y que al contacto del teclado se transformaban en bulliciosos transmisores de simplezas. El medio hacía el mensaje, y el lenguaje. Internet ha consagrado un registro lingüístico dominante donde priman el balbuceo, el gracejo y el tono informal. Como una de las primeras aspiraciones del internauta es el baño de multitudes, sus expresiones van encaminadas a tener presencia por el hecho de tenerla, aunque no se vaya a aportar nada que no sea la adhesión a la muchedumbre. Así que tiene más valor un 'post' que dé cuenta de nuestro constipado o del desayuno que nos estamos tomando que una información oportuna o una reflexión juiciosa.
Es el imperio de lo cotidiano. Refiriéndose a los estilos literarios de su preferencia, Paul Léautaud señaló: «No me gusta la gran literatura. Solo me gusta la conversación escrita». Sospecho que se refería a otra naturalidad y otra llaneza distintas a las que gastamos en nuestros balbucientes 'tuiteos' de 140 caracteres como máximo. Quedan algunos esforzados que, contra la corriente dominante, porfían en otorgar a sus conversaciones una cierta dignidad de escritura. A veces llegan a la condensación del aforismo, a la contenida lírica del haiku, a la apretada filosofía del 'dictum', y de esa manera nos reconcilian con una tecnología portadora de talento. Pero son los menos. Casi todos los inventos del hombre puestos al servicio del confort comunicativo han ido engendrando sus monstruos a la vez que resolvían necesidades. El teléfono disparó el cotilleo. La radio se pervirtió con las tertulias de medianoche. La televisión ya es un sinónimo de la telebasura. Queda por saber si finalmente internet se ocupará de rematar la operación de acoso y derribo de la inteligencia.
FUENTE: DIARIO VASCO 25 marzo 2011
FUENTE: DIARIO VASCO 25 marzo 2011